10.11.06

a grandes rasgos

Estos días me estuve acordando de vos otra vez, de como nos conocimos y de como nos divertíamos cuando no teníamos un mango. Que feo era cuando no teníamos un mango, ¿te acordás?, no podía entrar a una librería -siquiera la mas pedorra- sin que me doliera la panza por todo lo que no me podía compar. Debe ser por eso que ahora por cada libro que leo me compro cinco, y así en el mínimo departamento que compartimos con Julia ya no queda espacio ni para movernos. Hay libros en horizontal sobre la estantería, casi llegan hasta el techo, y hay libros en la alacena, en bolsas de carton de esas de la ropa de marca, bajo la mesa ratona, en todos los cajones, y en el piso, obvio. Hay uno de Anais Nin, "Pajaritos", pero ese Julia lo puso en la heladera, no se lo que me estará queriendo decir la muy turra. Todo el tiempo me deja mensajes con los libros. Quiero decir: no en los libros sino por medio de los libros. Por ejemplo, al otro día de esa reunión de mierda de mi trabajo nuevo, llena de garcas, donde todas las minas eran auténticas serpientes y ella, hipócrita y encantadora como nunca, las eclipsó a todas y fue la reina del festín, encontré "La feria de las vanidades" entre el bollo de la ropa que habíamos usado para el convite; ahi estaba el bodoque, como diciendome "¿viste? puedo ser Becky Sharp cuando me viene en gana". Por ejemplo, hoy que llegué a casa, listo para escribirte, encontré en el balcon los restos carbonizados de mi ejemplar de "El pasado". Encima lo adivina todo la muy hija de puta, por suerte no me quemó ningún libro de los buenos, sino creo que la mataba.
Bueno, de cuando no tenía plata para libros te decía que me acordaba, pero en fin, que algo de plata teníamos, solo que la usabamos para otra cosa. Para coger, digamosló, que todo lo demás nos importaba menos. Yo vivía con mis viejos y vos con lo tuyos, que al principio se bancaban que yo me quedara a dormir en tu casa, pero despues, a la hora de las comidas, si yo estaba ahí el ambiente se ponía tan espeso... que se yo, nunca me entendí bien con tus progenitores, jodido asunto ese.
En fin, que me acuerdo, andábamos de telo en telo. ¿Vos te acordás? nos escapabamos de la facultad, ese cuatrimestre no fuimos ni a la mitad de las clases, cenábamos en cualquier bolichón para no gastar demasiado, y yo ya te iba calentando la oreja mientras comíamos. Para el momento de pagar vos ya te mordías el labio de abajo medio así y me decias "me estoy mojando.." y ya estabamos los dos mas calientes que negra en baile, asi que enfilábamos para algun hotel mediopelo de once o de la zona de facultad de medicina, a veces (y con suerte) alguno un poco grasa de recoleta o, eventualmente, Belgrano. En cualquier caso, n
inguno que costara mas de treinta o cuarenta pesos (alguna vez, en plan de festejo quizá nos permitimos un hidro o una ducha escocesa). Pero claro, tampoco uno en el que hubiera sabanas sucias, gente jodida o cucarachas (a vos te hubiera chupado un huevo, eras tan desprolija como nadie, y si bien no eras sucia te tenía bien sin cuidado la mugre ajena, y en cualquier caso, a compañias peores estabas acostumbrada -la de tu viejo y tus hermanos sin ir mas lejos- pero yo era entonces tan cagon y remilgado como lo soy ahora).
A veces teníamos que caminar veinte o treinta cuadras para dar con alguno que cerrara con el perfil (el taxi, un lujo imposible, y los bondis, nunca supimos cual paraba acá o allá o para donde carajo iban). Veinte o treinta cuadras caminando con la pija dura, llevando el bolso cruzado del lado de adelante para que no se notara. Y vos encima , hija de puta, en un semáforo o un cruce aprovechabas para franelearme, solo por hacerme sufrir.
Cuestión que llegábamos, pagábamos y casi que nos ibamos sacando la ropa por el pasillo, camino al cuarto. Ni habíamos corrido el pestillo de la puerta y yo ya te estaba manoteando una teta o mandandote los garfios por debajo del vestido, que desesperado que estaba.
Te voy a decir la verdad, mucho después, con otras minas, he garchado mejor que esas veces, he disfrutado más, incluso con Julia hemos llevado el asunto a extremos de placer y refinamiento en la práctica mucho mayores, pero en cambio, no recuerdo que nunca más haya garchado con tanto desenfreno y frucción, como animales, como los perros. Jadeantes, sudorosos y olvidados de todo, una y otra vez, y otra vez mas, cogíamos hasta que a mi me dolía la pija o hasta que me quedaba idiota de cansancio. Hay que decir que por la época eyaculaba bastante pronto, pero también que eso nunca fue obstáculo para que gozáramos los dos. Cierto exceso de energía, cierto ánimo bestial, compensaba con creces cualquier eventual falta de pericia.
Pernoctábamos y al otro día, despues de acabarnos el desayuno (que a veces era un auténtico asco y ni nos enterábamos) nos echabamos otro polvo, y generalmente despues nos peleábamos por alguna idiotez para reconciliarnos al rato, y terminábamos llorando abrazados y desnudos, en la cama hecha un desatre en la que, casi en trance, nos hacíamos toda clase de juramentos de una eterna vida juntos (y ahí uno de los dos mentía un poco, y no eras vos). Y de ese sopor de tristeza y promesas nos sacaba la voz agria del hombre o la mujer de la recepción, que nos hacía saber que eran las doce menos diez del mediodía y que en breve nos vencía el turno, y yo (siempre atendía yo) le decía que ya ibamos, y volvía a entregarme al sopor triste otro rato. Diez minutos después los de la recepción volvian a la carga, ya con tono mas perentorio, y entonces nos teníamos que vestir a los pedos, y salir sin siquiera bañarnos, desgreñados y apestando a sexo, todo para que nos nos cobraran el recargo.
Al salir, la luz del día nos parecía un desatino, un aborto de la naturaleza (decime vos en cuantos de los cuartos de hotel en los que dormimos había ventana, yo creo que en uno de cincuenta), no entendíamos nada y por un rato nos quedábamos así, en la puerta, confundidos, viendo los chicos que volvían del colegio, las jubiladas y las mucamas con el carrito de la compra, los diarieros ofreciendo cansinos una mercadería que a esa altura ya era vieja. No sabíamos que carajo hacer, no sabíamos como empezar un día que nos había sacado varias horas de ventaja.
No nos queríamos separar aun, eso estaba claro, así que vos llamabas al trabajo y decías que estabas enferma, y siempre te creían (ventajas de que el jefe esté caliente con uno, que le dicen). Yo no tenía ningún trabajo, salvo algunos alumnos a los que les daba clases particulares de inglés, pero los pibes ya estaban acostumbrados a que los colgara, algunos hasta me hacían la gamba y no les contaban a la madre.
Despues comíamos algo por ahí y nos pasabamos la tarde entera caminando por el barrio que nos tocara en suerte. Mirábamos vidrieras, nos metíamos en un Musimundo o en una librería a sufrir un rato, entrábamos a todos los museos en los que no cobraran entrada, jugabamos a las carreras en los fichines (siempre ganaba yo, pero igual vos no te cansabas de jugar) y caminábamos, por sobre todas las cosas caminábamos y charlábamos, a falta de algo mejor que hacer.
La calentura regresaba, puntual, a las siete, asi que dábamos con nuestros cuerpos baqueteados en alguna plaza, chapábamos ahi y empezaba a no importarnos un carajo de nada. En algun rincón discreto, con el mayor de los recatos, nos mandábamos la mano allá donde no da el sol y nos aliviabamos recíprocamente.
Si aun nos quedaba un mango cenábamos algo por ahí y seguiamos caminando hasta entrada la noche, y nunca nos cansábamos de hablar, o en una de esas nos peleabamos (por una pelotudez, seguro) y andábamos, enfurruñados pero juntos, eso sí, siempre juntos, nunca una puteada en la primera esquina y cada uno por su lado, por mas enojados que estuvieramos, de separarnos, nada.
Te acompañaba hasta tu casa y me tomaba el tren a la mia. En ese viaje no leía, imposible hacerlo. Solo me detenía a pensar, de modo algo confuso, en qué carajo estaba haciendo. Me decía que eso así no iba a ningun lado, que había que ponerse las pilas, que había que organizarse y tener una relación madura, que por mas encajetados que estuvieramos lo teníamos que manejar mejor. Pero que joder, dos días despues te veía en la facultad con tu pantalón azul a rayas y tu escote (que atorranta fuiste siempre para los escotes, me encantaba) y ¡zas! vuelta a empezar...
Días jodidos eran los viernes y los sábados. Ahí el pernocte empezaba tarde (entre las dos y las cuatro de la madrugada). Y con dos horas de turno no hacíamos nada. Además, para esperar estabamos demasiado calientes, y si nos quemábamos las dos horas tan temprano, despues ¿que carajo hacíamos?. Decí que la cosa arrancó en primavera, así que, luego de vencidos tus primeros temores, esos días nefastos terminábamos garchando en los bosques de palermo (siempre con el ojo atento a algún degenerado que se nos quisiera prender en la joda) o mejor aun, en esa plaza de la Avenida Parque, cerca de lo de tus viejos (pocos lugares públicos hay tan adecuados para el amor carnal como esa plaza). Reconozco que vos no lo disfrutabas gran cosa (tan temeraria para otras cosas tan cagona para el sexo en la vía pública) pero yo lo necesitaba tanto...
Bueno, a ese ritmo tu sueldo de todo el mes no nos duraba ni diez días. Mis clases, bien gracias, y algun sablazo le pegaba a mi viejo pero la buena onda se le acabó pronto, sobre todo cuando se avivó de que un billete de 100 equivalía a que yo desapareciera casi dos días enteros y volviera hecho una ruina y sin ganas de explicarle nada a nadie. Que buena mano nos hechó tu abuela en eso, que suerte que tuvimos de que por la época en que nos conocimos y nos volvimos locos ella ya estuviera agonizando y vos tuvieras la banelco de la cuenta donde depositaban su pensión. Ey, ya te imagino indiganada por este último inciso, no te lo tomes a mal, ya se que sufriste mucho la pérdida de tu abuela, la querías mucho, y yo también la hubiera querido si nos hubieramos llegado a conocer, ya sé que fue un bajón. Y no me vas a negar que en eso yo me porté como un duque y te hice el aguante como nadie en sus últimos días (me acuerdo sobre todo, esas noches en vela en la escalera del sanatorio, y la enfermera de tu abuela que se acercaba y te decía si querías rezar con ella, y vos: "No, perdone y gracias pero yo rezo sola").
Y no me vas a decir que antes de eso, mientras ella estaba internada, no la pasábamos genial haciendo mierda la plata de la vieja en telos y restoranes de baja estofa. Reconocemeló, solo gracias a ella tirábamos hasta fin de mes (o casi) garchando día por medio. Y no me lo podés negar, bien que lo disfrutabas, si a veces a media tarde, luego de zafar de la facu, nos hacíamos una escapadita al sanatorio, yo te esperaba leyendo en el bar de abajo, y después, derechito a la pizzeria y luego al cogedero. No se si estará bien o estará mal (el administrador de sus bienes seguro que lo hubiera considerado pésimo, pero vos eras una leona dibujando los numeros, já), en todo caso que nos juzgue dios, si existe y le importamos, pero no me digas que no nos lo pasamos superbién.
Igual, el chorro de esa guita se agotó un mes después de que muriera la buena señora. Pero nuestra sed de sexo no se habia aplacado ni un poco (ya llegaría el tiempo del declive, vino con el invierno siguiente, no sé si lo notaste) así que algo había que hacer. Decí que tu abuela nos siguió dando una mano incluso desde adentro del jonca, que grosa la vieja. Ella no solo te dejó un depto para vos solita en mardel (si tendrás orto, ¿no?), ese que ahora -terminada la sucesión y corrida ya mucha agua bajo el puente- vendiste para poder mudarte con el fulano ese del que prefiero ni acordarme, sino también algunas cositas para que las hicieras plata en caso de necesidad (en serio, la vieja era una genia, lo entendía todo). Estaban las piezas de porcelana esas, que pudentemente te había aconsejado vender de a una en los negocios de antigüedades de Suipacha. Unas piecitas de un oro medio pedorro también, con las que entrábamos a todos los locales de Esmeralda hasta que alguno se distraía y no les hacía la prueba esa de la lima y el líquido negro, y las terminaba pagando por algo más de lo que valían.
A vos te costaba desprenderte de esas cosas, por el valor sentimental que les asignabas digamos, y convengamos que nunca te presioné, pero tarde o temprano la calentura podía mas y las terminábamos haciendo guita.
¿Te acordas de la estola de visón? Esa al final no la vendiste, pero pocas cosas nos han hecho divertir tanto. ¿Te acordas o no?. Como no teníamos idea de cuanto nos podían llegar a dar, entramos a ver cuanto costaba una nueva en todas los negocios de Florida. Y a todas esas vendedoras hipócritas y rastreras, que nos dejaban pringosos con el almíbar de su falsa gentileza, les hacíamos el verso. Que yo estaba buscando una estola así y asá para mi abuela que cumplía no se cuantos, y vos te la probabas, y que divinos los nietos que le van a hacer un regalo bárbaro a la abuela. Y a cada lugar que entrabamos el verso adquiría nuevas dimensiones y salíamos del local cagándonos de risa. En serio che, que nos cagamos de risa con eso toda una tarde y la pasamos tan bien...
Y en plena calle Florida, de repente, nos miráabamos a los ojos y nos olvidábamos de todo, pensábamos que eramos tan especiales, que eramos el uno para el otro, el amor nos desbordaba, nos dabamos un beso hermoso en mitad de la peatonal. Que lindo era, lo pienso ahora y lloro un poco ¿sabes?. Esos eran los tiempos en los que nos decíamos "te amo" cada cinco minutos y la vida tenía tanto sentido que la alegría de estar vivos nos hacia doler el pecho. Que tarados.
Así duró.
Es cierto, cuando nos enfriamos un poco hasta se convirtió en una relación estable, agradable, amena incluso. Todas palabras repulsivas para referirse a una historia de amor, ¿o no?. En fin, eramos buenos compañeros, nos gustaban los mismos libros, yo pegué un buen laburo y los problemas de guita dejaron de incomodar. En suma, que en el fondo estabamos lo que se dice bien.
Pero aceptémoslo, vos sabes mejor que yo lo que se había perdido. Cualquiera que leyera esto, a esta altura sabría lo que se había perdido. Y en estos asuntos no hay marcha atrás, lo sabe cualquiera.
Las cosas se murieron de a poco, como es de estilo (usaría el verbo marchitar, pero me repugnan las flores y todo vocablo que las evoque). Primero se redujo la frecuencia del "te amo", despues dejo de ser regla implícita el llamado telefónico al menos una vez al día. Al tiempo se me olvidó alguna fecha importante, un descuido entendible, nada del otro mundo ¿o no?. Creo que fue mucho mas serio la vez que no pasé tu cumpleaños con vos porque al otro día tenía tantísimo trabajo, y encima había que madrugar.
Cuando me quise acordar miraba otras tetas y otros culos con demasiada frecuencia. Pero nunca te engañé, ¿eh?, en eso soy consecuente, la fidelidad me importa un bledo, pero la mentira (cualquier mentira, fuera de la profesión al menos) me parece un asco. Te propuse abrir la pareja, coger con terceros, hasta te dije que estaría bueno que empezaras probando vos, que estaba todo bien. No quisiste y me la banqué. Todo bien.
Yo calculo que a esa altura estaba todo mas o menos claro, no me vas a decir que te tomé de sorpresa. Vamos, que si algo te tomo de sorpresa es porque te has resistido a ver lo evidente.
No quiero hablar de los meses fríos, la verdad esa parte démosla por sabida. Ese fue el único invierno malo de mi vida. No quiero hablar tampoco de lo que me costó elegir el bar para dejarte ni de como me quemó ese ultimo beso en la boca que me diste a la fueza cuando nos volvíamos en el taxi. Te dejé en tu casa y le dije al tachero para donde seguíamos. "No voy a provincia, pibe", me contestó. Así que hice tres cuadras mas y me bajé en Avenida Congreso.
Era miércoles. Era madrugada.
Y seguí caminado por horas. Patee Congreso arriba, ni se hasta donde, abrigado como nunca pero sufriendo el frío. Caminé fumando, porque volví a fumar esa noche.
Y a grandes rasgos, eso fue todo.